lunes, 19 de noviembre de 2012

Sentirse útil

Qué hay mejor que sentirse útil y qué sentimiento es peor que el de saber que no haces nada por nadie más que por ti mismo. Saber que, como  un parásito, no haces otra cosa que sobrevivir de los demás, sin devolver lo cogido y en ocasiones, sin ni siquiera aprovecharlo.
La sociedad de hoy en día nos obliga a tirar más para esto último, no ser útiles.
 Para poder tener un futuro necesitas unos estudios pagados por tus padres con los que vas a estar hasta terminarlos y, en caso de no encontrar trabajo, hasta mucho después. Vives de lo trabajado por ellos sin podérselo devolver, te dedicas simplemente a eso, a ti mismo.
Yo vivía y por desgracia sigo viviendo, simplemente para mí mismo, un egoísmo (dicho siempre bajo mi punto de vista) del que, pese a no pasarme nada malo, no conseguía ser feliz. El tiempo se consumía con mis quehaceres, algo propio de lo que solo salía ganando yo. Naci con todo hecho como si me perteneciera por derecho cuando en realidad, me sentía atraído a devolver ese favor que desde nacimiento me fue dado.
Encerrarme en mi mismo, preocuparme únicamente por mis estudios, por salir a tomar algo con los amigos, por hacer una buena entrega de un trabajo tal día a tal hora, no me hacia feliz, no encontraba sentido a una existencia en la que cada uno vivía su vida sin poder agradecer lo recibido, solo gastando, solo viviendo de otros.
Hace unos días me apunté a un voluntariado tras el cual todo esto me vino a la mente no pudiendo evitar darme cuenta del por qué de mi infelicidad, no es que estuviera triste, como ya he dicho, no me ocurría nada por lo cual estarlo, simplemente, no era feliz.
Fui con un grupo de, yo creo que podría llamarlos amigos, a pasar un rato con unos ancianos en una residencia de esas tan bien conocidas por ser de todo menos confortables.
 A los ancianos les tocaba cenar a esa hora y nosotros estábamos allí, simplemente, para echar una mano en todo lo que nos fuera posible y hacerles compañía cosa que, pese a ser algo tan simple, agradecían con sinceridad. La mayor parte de las personas que allí vivían eran dependientes prácticamente en todos los aspectos, personas que ya habían hecho todo lo que habían podido hacer en su vida y ya solo les quedaba estar allí dejando pasar el tiempo. Si habían tenido una buena o mala vida ya no era importante, ya no podían cambiar nada en su situación y solo les quedaba alegrarse o arrepentirse de su pasado.
Es algo triste, no puedo negarlo, pero esas dos horas que estuvimos allí fueron dos horas en las que ellos pasaban un rato distinto a lo que estaban acostumbrados y nosotros devolvíamos, como ya he dicho antes, ese favor que nos fue dado de nacer con esas posibilidades que tan poca gente tiene.
Al salir de allí me sentí bien conmigo mismo, pero ese sentimiento duró solo un momento cuando vi en lo que se había reducido mi vida hasta entonces. En vivir de otros sin dar tan siquiera las gracias, no sintiéndome útil, existiendo solo yo, para mí.
Si estas sano y tienes sangre en el cuerpo, te ves obligado a donarla siempre que puedas, al fin y al cabo, no estás siendo generoso, si no que estas prestando algo de lo que luego, en un futuro,  tú te aprovecharas.
Si tienes posibilidad de ayudar a alguien aunque sea una hora a la semana, no estás haciendo ninguna cosa de forma gratuita y desinteresada, ya que, si realmente puedes hacerlo, es porque ya te ha sido pagado ese “esfuerzo” previamente con la suerte de poder hacerlo y no tener que recibirlo.
Qué hay mejor que sentirse útil y qué sentimiento es peor que el de saber que no haces nada por nadie más que por ti mismo. Saber que, como  un parasito, no haces más que sobrevivir de los demás, sin devolver lo cogido y en ocasiones, sin ni siquiera aprovecharlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario