jueves, 2 de febrero de 2012

La ley de la moneda

Al igual que un prestidigitador en un principio no sabe siquiera coger una baraja de cartas, o un malabarista no consigue lanzar una sola pelota en vertical, nadie, quitando las excepciones que confirman la regla, es capaz de aprender nada sin haberlo intentado y fallado una cantidad importante de veces.
La ciencia infusa no existe y, aunque si existe la suerte del principiante, esta solo es eso, suerte de la que no puedes depender siempre.
Todos necesitamos pasar un periodo, ya sea largo o corto, por el que nos frustramos en intentos fallidos que parece que no llegan a ninguna parte. Pero tal como he dicho al principio del texto, el prestidigitador y el malabarista también pasaron por ese periodo, y al igual que ellos, otros muchos lo hicieron hasta alcanzar su maestría, o en el peor de los casos, hasta conseguir lo propuesto, no de la mejor forma posible, pero conseguido al fin y al cabo.
Una moneda no era más que una moneda hasta que una persona decidió que era posible girarla entre sus dedos y, después de muchas caídas y muchas monedas perdidas, consiguió asombrar a todo el que le veía con sus movimientos, convirtiéndose así, en la envidia de todo aquel que lo intentaba y, como era lógico, no le salía.
Si estas personas que intentaban copiar aquella extraña habilidad, hubieran repetido la misma acción tanto, mas, o menos veces que aquel hombre que se divertía con tan solo una moneda, hubieran acabado sacando “el truco” convirtiéndose ellos también en la envidia de los que solo lo intentaban un par de veces.
Es más que seguro que ese primer hombre se planteo el gastarse el dinero más de una vez, olvidándose así, de algo que parecía totalmente inútil y con lo que estaba perdiendo el tiempo. Pero en vez de eso, decidió continuar.
Nadie nace sabiendo nada, de hecho, cuando nacemos lo único que se nos da bien es aquello que nos ofrece nuestro propio instinto de supervivencia, y cuando este falla, lloramos.
Si algo se te da mal, significa que se requiere más entrenamiento y más tiempo invertido. Si por el contrario algo se te da bien, tienes suerte de que tus horas utilizadas para alcanzar la maestría vallan a ser menos. Si el que va a tener más dificultades se esfuerza en conseguirlo, mientras que el habilidoso decide sentarse a mirar, este ultimo acabara siendo discípulo del primero no importando cuan bueno sea en la materia.
Es cierto que las personas, vamos a llamarlas torpes, requerirán un esfuerzo mayor para un igual o menor resultado que el de aquellos buenos en la materia, pero serán ellos los que acabaran consiguiendo hacer todo aquello que se proponen, mientras que los segundos, solo se dedicaran a aquello que se les da bien.
Yo sinceramente prefiero ser normal en muchos ámbitos que muy bueno en uno solo. Es el hecho de tener toda esta variedad de quehaceres lo que hace divertida la vida monótona para muchos.

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